top of page

Patricia Ruvalcaba

No provengo de un matriarcado que me haya inculcado algún tipo de manualidad, no tengo recuerdos de mi abuela tejiendo o cosiendo, y aunque mi mamá comenzó a bordar servilletas con dibujos como pasatiempo, nunca fue una actividad que compartiéramos juntas. Yo comencé a tejer hace cuatro años buscando una terapia mucho más barata que la de un psicólogo y no sólo me pareció una actividad sanadora, sino creativa y hasta subversiva, pues tejer comunica, ya sea a un nivel personal o invadiendo un espacio urbano con tu pieza. Encontré a las mejores maestras en el colectivo Tejidos Urbanos, Janeth y Mariana me guiaron cuando no sabía ni agarrar una aguja. Me parece fascinante cómo cobra vida un textil cuando en lugar de pasar por una máquina, es manipulado por las manos del hombre. Tengo problemas para concluir cosas y el tejer me ha disciplinado a terminar lo que empiezo y me ha convertido en una persona mucho más autodidacta. Lograr una puntada que parecía complicadísima con sólo la práctica es una de esas pequeñas victorias que cambian el humor de la rutina. La sensación de usar algo realizado bajo un proceso totalmente artesanal donde tú compras la materia prima y dedicas tiempo para crear una pieza única –pues ninguna otra tendrá ese error en la tercer puntada que cerraste mal- te hace apreciarlo, quererlo y le da un mayor valor a un objeto que se produjo en serie.

bottom of page