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Paulina García

Mi relación con los textiles es sentimental, vengo de una familia en donde las mujeres, por varias generaciones, dedicaban una parte importante de su tiempo libre a tejer, incluso una tía tenía un negocio de estambres. Desde que tengo uso de razón, vi estambres en su casa. La mezcla de colores era ya un gozo. Lo ví desde pequeña y, se podría decir, que lo aprendí primero con la vista. El ambiente en el que crecí ayudó, pues en el pueblo en el que vivía, Tangancícuaro, se usaba que muchas mujeres salieran a tejer afuera de sus casas para pasar la tarde, platicar con las vecinas y ayudarse mutuamente. Mi mamá y mi abuela fueron las primeras en enseñarme el oficio de manera muy empírica, sin que me hubiera interesado mucho en ese entonces, pero estoy segura que ahí dejaron la semillita. Es como si esa enseñanza hubiera quedado dormida por un rato y hubiera brotado en el momento en el que era necesario que brotara, hace apenas como 2 años, después de “marinar” por decirlo de alguna manera y admirar todo aquello que las mujeres de mi familia habían hecho con sus manos. 

El principal motor de continuar con el oficio textil es esa nostalgia de infancia, esa necesidad quizá, de ser la siguiente generación en mantener la costumbre. Tejer me conecta también con el ocio, me descansa; pero se ha vuelto más que una distracción, es además un disfrute, cuando me desconecto de la rutina, me conecto con el tejido y estoy en otro lugar que disfruto mucho.

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